Monday, April 18, 2022

Los años

Ayer vi a Matías Perez. Ya está viejo,  está más delgado, su barba tiene ya algunas manchas de canas, pero sus ojos aún  conservan esa ingenuidad y nobleza que siempre lo han caracterizado.  El pelo lo tiene más corto y la ropa le queda algo grande. No se ve bien, sus zapatos viejos y rotos dan fe de que su situación económica está peor que nunca. Imagino que la pandemia dejó en él esa marca insondable que tal vez ya nunca se vaya. Quise acercarme pero P. me lo impidió. Dice que aunque Matías no es un mal sujeto no es bueno que me vean con él.  Se ve muy solo, camina lento, más que antes y pareciera que ya no mira algo específico. Matías es la antítesis de la persona actual, o de esa persona que nos quieren vender de cualquier manera, a cualquier precio y por cualquier medio. 

Wednesday, December 15, 2021

Hu y Ha p1

Esa noche la reunión era en la casa de Mateo Pereira,  íbamos a emular las noches de Medan, así que invitamos a varios de los que en esa época sabíamos que escribían regularmente y que de alguna u otra manera se habían ganado cierto prestigio en los bares de la candelaria.

Todos pasábamos a un pequeño estrado que Mateo dispuso en la sala de su casa, uno a uno, temerosos, ansiosos, pues éramos un grupo muy crítico, muy incisivo y aún para el más indiferente ante la críticas - Raúl Ramírez - estar rodeado de tantas mentes inquietas y de alguna manera envidiosas y dañadas,  resultaba algo incómodo leer uno de sus cuentos.

A las 12:30 de la noche, luego de la lectura de Miguel Camargo, un cuento aburrido y largo que nadie aplaudió ni del que nadie habló nada, subió al estrado el pequeño Diego Casas, caminando muy lentamente, como si  un imán lo apartara del destino de esa noche. Una vez arriba, miró en torno al pequeño salón mientras se enjugaba el rostro con una servilleta que había tomado minutos antes de la mesa del comedor. Por un momento pensé que se iba a desmayar, pero rápidamente volteó la mirada hacia unas hojas que tenía en la mano, carraspeó y empezó  muy despacio y con voz tenue y temblorosa su historia:

"En cierta ocasión, en un país tan lejano que ya nadie recuerda su nombre, vivían Hu y Ha. Hu era fornido, de pelo negro largo y siempre llevaba una capa roja sobre sus hombros robustos. Ha era alta, de pelo y mejillas rojizas, su piel color nuez madura y sus brazos y manos tan blancas como el cielo,  despertaban curiosidad entre todos los que la rodeaban y los que no, pero que sabían de sus existencia. 

Ha vivía en las montañas, por donde pasaba el río Huandrad, por donde el puente Huanar unía los destinos de las únicas poblaciones de los árboles gigantes de hojas naranjas y verdes, Hurlan y Huerpil. Hun en cambio estaba lejos, en las costas heladas de Harmarin donde su padre construía barcos de madera de hayas  mientras su madre pastoreaba cabras gigantes y burritos chonchitos en las laderas verdes que se asomaban al mar violeta que nadie sabía donde terminaba y que ni las leyenda y mitos se atrevían a estimarlo".

Friday, March 19, 2021

 III 


Hector B. siempre había sido una persona muy reservada, muy aislada, muy solitaria. Matías lo conoció en un café en el centro de la ciudad, por una casualidad extraña cuando asistían en ese lugar  a un conversatorio con un escritor que ya no recordaba quien era, solo recordaba que había sido una perdida de tiempo todo ese día salvo por el encuentro fortuito con Hector.  Ese día, en la barra del café,  Hector le pidió un poco de candela para prender un cigarrillo húmedo que tenía en su mano izquierda. Matías, un poco conmovido, un poco lleno de lástima, le ofreció un cigarrillo seco mientras sacaba una pequeña caja de fósforos que siempre llevaba en su pantalón. Hector, rehuyendo la mirada, tomó rápidamente el cigarrillo y en vez de llevarlo a sus labios para prenderlo con uno de los fósforos, lo guardó en un pequeño maletín que llevaba cruzado en su pecho e insistió con un gesto sutil para prender el cigarrillo mojado. Matías, ya sin pesar ni compasión le alargó el fósforo encendido y luego volvió un poco enojado por ese gesto tan antipático, a su mesa de siempre,  donde estaba con Angela T., Ximena D. y Felipe A.  Se quedó un rato meditabundo tratando de expiar a donde se había ido ese sujeto peculiar que por alguna razón le había llamado la atención, hasta cuando volviendo a la barra y ya sin pistas de Hector, sintió que alguien le rozaba el hombro y desde atrás, con una frase muy corta y puntual le decía,  "perdón si fui grosero, no acostumbro a recibir nada de nadie, mi nombre es Hector, gusto en conocerlo". Cuando volteó a mirar, en medio de un gentío terrible que se arremolinaba pidiendo una cerveza, un trago, un coctel, no halló rastro de ese sujeto,   solo un pequeño tufillo mezclado de cigarrillo barato y café de panadería. 

Thursday, February 13, 2020

El Piñal

 Se acaba el día y ya las gallinas y los copetones deben estar anidados
 los atardeceres de esta ciudad, que a veces son como los de la playa, no me recuerdan en nada los del piñal
 en donde el canto de los sapos y de las cigarras me avisan que la noche es nueva
 aquí solo es un atardecer más

 una hora jornada de hora pico más
 un trayecto más
 un trancón más
 allá también debe ser una cigarra más que canta a la par que una mariposa termina su vida

 vida de un día
 volando por entre los mangos y los limones
 el sol la ha arroyado durante su día
 durante su vida
 y sus alas, que solo duran ese día, descansan cuando la noche nueva madura se va volviendo

 y mientras la cigarra de la noche nueva ya duerme después de su canto viejo
 aquí los carros se van extinguiendo, y los ruidos cesan poco a poco, solo el silencio es interrumpido por un grito, una sirena, una bala
 un llanto
 o una grosería extraviada

 todo es una suma de algo más
 mil autos, mil buses, 1 tonelada de humo, 
 igual a mil cigarras, mil sapos, una tonelada de fragancia del caminante de la noche
 todo al final es una suma de algo más

Friday, August 23, 2019

II

Matías salió a l:30 de la bolera. Los oficinistas pululaban en las calles, con su caminar lento y pausado después de haber almorzado algo especial o medianamente especial pues era día de pago. Daban lástima,  con sus costumbres tan arraigadas, una oblea o un helado o algún postre aburrido que los hacía sentir feliz. Iban de aquí para allá sin alejarse mucho de su lugar de trabajo, tal vez 2 o 3 cuadras, no más, les daba temor o pereza;  andaban en grupos pequeños si eran oficinistas viejos o grupos grandes si eran recién llegados, se notaba quien era jefe o quien raso, aunque era claro que  un sueldo un poco más alto nos los cambiaba mucho, seguían siendo igual de simples y básicos.  Él fue alguna vez eso, poco tiempo, quizá un par de meses compartiendo rutinas que terminaron desgastándolo completamente, esos días sentía que había muerto, que olía a cadáver, que entraba todos los días a la misma hora a un mausoleo donde veía tantos cadáveres tranquilos, resignados a quedarse para siempre en un estado de sopor que no les permitía ver más allá de esas paredes o de las de sus rutinas o de las de sus hogares que casi siempre terminaba siendo otro mausoleo que en la mayoría de las ocasiones pagaban durante todas sus miserables vidas.

Cruzó la carrera 68 hacia el parque el Salitre y buscó un sitio desde donde llamar a Héctor.  No quería hacerlo, la última vez fue tan difícil y complicada que el dolor lo había acompañado durante más de 2 años. Pero aún así, en su mente seguía zumbando ese mensaje de antes de medio día. La urgencia no era propiamente una característica de Héctor y eso lo inquietó aún más. 

I

Matías salió ese día, algo cargado, muy estresado, muy pesado. Caminó muchas calles, atravesó muchos parques, fumó muchos cigarrillos. Después de varias horas entró a una bolera, tenía algo de dinero así que pidió una hamburguesa doble carne y una cerveza y mientras comía miraba a la gente, había grupos pequeños y otros muy grandes, de 10 o 15 personas. Parecían felices, todos estaban entretenidos en ese ir y devenir de las pesadas bolas sin que importase si lo hacían bien o mal o si tiraban un pin  o por el contrario la suerte hacia que terminaran haciendo chuzas. Por un momento quiso hacer parte de uno de esos grupos, como los grupos a los que había pertenecido en la facultad de letras, todos con algún propósito, profundo o no profundo, el grupo de poesía maldita o el de cuento latinoamericano o el de Risk o el de FIFA. Eran o simples o eran complejos o eran de x o y manera. Ahora eso que importaba, ahora todo eso no existía, se había esfumado como el humo de todos esos cigarrillos que se fumó o esa cerveza que se tomó antes de terminar la hamburguesa. Todo tan efímero en los hechos pero tan persistente en su mente. Así cavilaba cuando le escribió Héctor Barreto "Matías, necesito hablar contigo, es urgente"

Friday, August 16, 2019

Desde el edificio gris con ventanas azules

Esa tarde estaba en mi puesto de trabajo que quedaba en el primero piso de un edificio raro que en algunas partes parecía de 2 pisos y en otros de 3 y que era ancho, muy ancho. Mi puesto miraba hacia un jardín, y más allá hacia la portería del edificio y más allá a la calle por donde veía pasar el tráfico y mucho más allá a algunos edificios altos y anchos aunque no tan anchos como el del sitio donde trabajaba. A las 4 y 30 pasadas, como 4 y 44, alcé la vista, por instinto, por alguna razón que no tengo clara, como si me hubieran llamado o gritado desde muy lejos e inmediatamente subí la mirada a uno de los  edificios, uno gris con ventanas azules y entonces vi algo que se movía en la terraza, primero pensé en un ave, pero a un ave no la hubiera visto desde esa distancia, afiné más la vista y lo ví más claramente. Tenía chaqueta azul clara, jean, gorra oscura, no distinguía nada más. No sabía si era hombre o mujer, y menos su edad. Parpadeé dos veces, quizá tres  y cuando abrí los ojos el sujeto o la tipa se habían lanzado y caía muy rápido bordeando el edificio de 30 o más pisos. Una figura dminuta, como si fuese un ladrillo arrojado desde un rascacielos. No lo ví caer, un bus pasó en ese justo momento. Pero unos segundos más tarde una sirena muy fuerte inundaba el aire. Todo el mundo empezó a asomarse, a murmurar, a salir a la portería a mirar para al final no ver nada, porque seguramente nada quedó, nada reconocible de ese joven o viejo o vieja que vestía una chaqueta azul, un jean y una gorra oscura.

Escuchando la lluvia

I Marchas bajo la lluvia

Marchaban bajo la lluvia, una lluvia suave pero intensa, de esas que no te mojan con unas simples pero gordas gotas, sino que poco a poco, con un constante martilleo, te empapa hasta los huesos y nunca permite que tu ropa, tu equipo y todo lo que lleves puesto se seque.  Es una lluvia triste, se huele en el ambiente, una lluvia que carga mucho frío, que deja el aire helado haciendo que la nariz duela cuando respiras y que las manos estén tan  pálidas como los cielos de otoño y tan congeladas que solo moverlas duele.

Todos intentaban juntarse para darse un poco de calor, algunos sacaban un poco de whisky o cogñac que los calentara un poco y otros ofrecían cigarrillos húmedos a sus compañeros. Era una compañía pobre, que meses antes había quedado encerrada en una bolsa de cientos de kilómetros y que por suerte, pero también por falta de ella, no había sido encontrada ni por el enemigo ni por las tropas aliadas que  lograron ingresar a la bolsa en un punto al suroeste de su ubicación. Era una compañía con muy pocas probabilidades de sobrevivir.

Pocos hablaban en esos días, tenían aún provisiones pero eran precavidos con su consumo, no se excedían, comían y tomaban cuando el hambre los acosaba pero tan pronto quedaban repuestos guardaban todo con ahínco, con gran cuidado. El grupo lo tenía a cargo el teniendo Pedraza, pero al final parecía que nadie lo tuviera a cargo, él solo daba algunas instrucciones sobre la marcha diaria, la precaución con la comida y la bebida y unas pocas palabras de ánimo que a medida que pasaba el tiempo eran más escasas. Todos lo respetaban y nadie osaba con retarlo o desobedecerlo, sin embargo él prefería marchar atrás, solo para estar pendiente de cualquier emboscada dejando en el frente a Ramírez que era uno de últimos con algo de ánimo para continuar caminando, oliendo, mirando más allá de los arbustos que les cerraba el paso.

esuchando Have No Fear (Bird York)

Tuesday, September 04, 2018

Un lugar de trabajo

Una calle polvorienta se abre frente a mi
ventana
Mi ventana llena de tierra impide ver
claramente lo que sucede en el exterior
El cielo es gris, con muchas nubes largas que
se extienden por todo el firmamento, como si
de una gran chimenea emanara una gran humareda
clara y sin gracia
Algunas voces monótonas se entrecruzan a cada
uno de mis lados
El cielo sigue igual, sin dejar ingresar rayos
profundos y definidos sobre las calles secas y
llenas de tierra.
Las ventanas son solo el reflejo de las calles
que con huecos profundos e insalvables van
pasando entre los edificios negros y sucios.
Aquí dentro no hay calles, y quizá menos
polvo,
pero las paredes, los escritorios, los baños y
pasillos  son tan fríos y secos como la calle
que pasa frente a mi ventana llena de tierra.